Desconectar en verano, una nueva utopía
Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que el día 1 de agosto casi todos los españoles celebrábamos San Metamorfosis. El menú de oficina, ya fuera versión grasienta o ‘lechuguera’, se convertía por arte de magia en chorizo de pueblo o pescadito a la orilla del mar; el metro o el autobús abarrotados en un coche -igual de concurrido y sin aire acondicionado- y la ropa, más o menos anodina, en un despiporre en el que lo de menos era si venía o no a cuento, o si tal color estaba en la cresta de la ola.
Lo más parecido a los horarios eran unos relojes de pulsera que se empeñaban en sumergirse (poco duraban, un estorbo menos). Las radio-despertador –multisonido y multicolor- no solían aguantar 5 horas en el maletero a unos 65 grados de temperatura de media. Una pena…
Sin embargo, oh milagro; dos o tres indigestiones después y tras unas cuantas noches durmiendo a pierna suelta vivíamos un fenómeno, hoy paranormal, conocido como DESCONEXIÓN.
Los más viejos y sabios del lugar cuentan que en aquellos años el mundo siguió girando y que los problemas graves se resolvían. Normalmente, y excepto contadas excepciones, la SOLIDARIDAD o el “hoy por ti, mañana por mí” eran leyes no escritas en sucursales bancarias, mercados, talleres mecánicos…Incluso en esas multinacionales, no pocas, que ya hacían sus pinitos por aquí. Si algo que exigía irremediablemente nuestra presencia ocurría, más pronto que tarde nos enterábamos y, si no quedaba más remedio, un paréntesis se abría en nuestro retiro hasta nuevo aviso. No era lo habitual.
Hoy vemos un hall, ya sea en Zamora o en Kuala Lumpur y, al más puro estilo androide, preguntamos “¿hay wifi?” con la asiduidad con la que antes se pedía fuego. Y es el punto adictivo el que une ambos ejemplos. ¿No deberíamos preguntarnos, wifi para qué? Si lo reclamo para consultar un mapa de la ciudad seguro que me entretengo media hora mirando correos electrónicos, e incluso respondiéndolos. Ya que estoy actualizaré/cotillearé Facebook, me indignaré con un par de tuits y subiré a Instagram una foto con un filtro nuevo. Agotador.
Las nuevas tecnologías, la conectividad y la permanente innovación de nuestro tiempo acumulan infinitas ventajas, pero conviene echar el freno de cuando en cuando. Resetear. No solemos ser imprescindibles, y bien nos hemos ganado un respiro. Es cierto que no son pocas las veces en las que las exigencias que invitan a un permanente estado de alerta no dependen de nosotros, sino de uno de esos mal llamados ‘adictos al trabajo’. Mejor hablar de aficionados al mal trabajo, porque la eficiencia no se mide en base a las horas que uno pase ‘en el tajo’ o pendiente del teléfono, que viene a ser casi lo mismo, sino en el tiempo que tarda en resolver tareas al margen de la complejidad de las mismas.
Así que ya saben, respiren hondo, lleven solo los ‘dispositivos’ imprescindibles (¿alguno lo es?) y tiren de 3G, o de 2G (¿existe?) o mejor aún, del apagado o fuera de cobertura. Ah, y cuidado con los boquerones fritos, ¡suelen estar muy calientes!